"Tengo la teoría de que cuando uno llora, nunca llora por lo que llora, sino por todas las cosas por las que no lloró en su debido momento"
Mario Benedetti
Un artículo que he escrito en el día 40 del confinamiento por el COVID-19
La tristeza intentó salir hace un domingo atrás, cuando uno de mis tíos mandaba una canción de Serrat.
Empezó a sonar diciendo “y uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia … son aquellas pequeñas cosas … nos hacen que, lloremos cuando nadie nos ve.”
Sólo darle al play, me remontó a los domingos argentinos en familia. La típica escena que ves al levantarte cerca de la hora de almorzar: olor a asado, mi padre cantando Serrat mientras prepara la carne para ponerla en la parrilla, mamá con las ensaladas y el mate en mano mientras nosotras amanecemos.
Un aluvión de lágrimas se acumularon en los ojos y lo apagué.
No podía ponerme triste... ¿o era melancolía? ... o ¿nostalgia? … lo que sea que fuese, lo aparqué igual que a la canción.
No quería ponerme triste y quité el whatsapp que me traía estos recuerdos.
Y como ya sabemos, las emociones son alarmas que quieren ser escuchadas. Y cuando no lo hacemos, salen con más fuerza para hacerse oír.
En mi caso, esa tristeza volvió como una ola de mar, de esas que te pasan por arriba y te revuelcan hasta la orilla porque te cogen desprevenida.
Volvió cuando, sin darme cuenta, le di otra vez play a una publicación de una amiga argentina porque estaba Diego Torres cantando “Color Esperanza”.
No quería ponerme triste, pero sabiamente me regañé y me dije: “Deja que salga lo que tiene que salir” y solté el control de las lágrimas … lloré un rato en el baño antes de volver a reflexionar sobre lo que estaba pasando.
No había tenido días malos hasta ahora, pero de pronto me encontré pensando en negativo, en todos los no puedo que este aplazamiento del estado de alarma iban a suponerme.
La función de la tristeza es avisarnos de la pérdida de algo que nos importa, que valoramos, que nos afecta de alguna forma.
¿De dónde estaba viniendo la mía? ¿Qué quería contarme que no había escuchado hasta ahora? Comencé a analizar:
No me importaba el trabajo, eso ya lo resolveríamos de alguna manera. La tristeza no venía de ahí.
No venía del temor a perder la salud. No sé bien por qué, pero no me ha preocupado hasta ahora.
La tristeza venía de un plan roto, de un viaje que seguramente no pueda ser para reencontrarme con los míos en Junio … y aunque horas más tarde entendí que no sabemos lo que pasará y no tiene sentido empezar a sufrir desde antes, no pude contener la angustia y los pensamientos de todo lo que me voy a perder por postergarlo.
Esta vez no la paré, dejé que saliera, la escuché y entendí que necesito encontrar una manera de transitar la espera para saber cuándo voy a verlos de nuevo.
Casualmente cada vez que voy a visitarles, si tengo una fecha cierta de reencuentro, las despedidas no son tan amargas. La espera, con fecha cierta de volver a disfrutar de momentos que atesoro, apacigua la tristeza de despedirnos.
Logré entender que mi tristeza venía de la pérdida de control, de necesitar entrenar mi paciencia.
Algunos dicen que la paciencia es la espera en paz, esa que no consigo sin un billete que acredite que no espero en vano.
Era una tristeza ligada a una renuncia: la renuncia a tener el control de cuando voy a verles. Una renuncia que implica conectar con el miedo de sentirme lejos. Un miedo que muy pocas veces me gusta conversar y sacar fuera.
Me costó años reconocer que, aunque elijo conscientemente vivir lejos, algunas veces me gustaría estar más cerca.
La tristeza es la antesala al silencio que necesitamos para conectar con nosotros mismos.
Existen varias funciones de la emoción de la tristeza:
Pararnos. La tristeza físicamente nos deja blanditos y nos obliga a parar, a no hacer.
Obligarnos a centrar la atención en un mismo: son esos momentos donde no puedes pensar en nadie más, ni en otro malestar que el tuyo propio.
Impulsarnos a buscar apoyo social y promover la empatía por parte del entorno.
Facilitarnos la reflexión interior y el análisis constructivo de la situación que ha generado la emoción.
El día que dejé salir esta emoción a flor de piel, me pasó todo esto de manera inconsciente:
1- Me paré, no tenía ganas de trabajar, no tenía la cabeza para hacerlo y con valentía decidí tomarme la tarde. Estaba cansada mentalmente.
2- Me centré en mí, la dejé aflorar con lágrimas, empecé a buscar respuestas de esa amargura que me había invadido.
3- Dejé reposar un rato la emoción, sólo sentirla y dejarla estar el tiempo que necesitase para entender qué me traía como aprendizaje.
4- Me metí en la ducha, ese rincón seguro donde nadie más que tú puede estar. En privado decidí conectar de nuevo con la emoción. Preguntarle qué era lo que me traía.
5- Compartirla con mi marido: reconocer que tenía un día malo sin entender racionalmente por qué.
Y en ese momento ¡Eureka!
Entendí lo que me estaba pasando, mi tristeza no era tristeza, era otra emoción disfrazada de tristeza.
Inmediatamente me acordé de un cuento que leí hace mucho cuando empezaba a investigar esto de las emociones. Un cuento de Bucay.
Para aquellos que no lo conozcan les dejo un link al cuento. https://www.youtube.com/watch?v=GJdgEBkpF4M
Al hacer este proceso, entendí que mi tristeza era Rabia, era enojo porque "alguien" me decía que no podría ver a los míos por quién sabe cuánto tiempo más.
Era un enojo que hasta el día 40 del confinamiento no había dejado salir, pero lo más bonito de ese enojo era que venía a contarme que había aprendido a soltar el control y no era consciente de ello. No tenía un pasaje, no tenía fecha de visita y estaba esperando en calma.
La emoción no quería que cambiase algo de mi actuación, sólo me estaba mostrando un maravilloso aprendizaje realizado, y del que, en la rutina del no parar, no me había concientizado.
Podía soltar el control, adaptarme a la nueva situación, asumir lo que significaba, repensar mi decisión de vivir lejos, y aún así seguir feliz y alegremente viviendo a 10.000 kilómetros de distancia física.
Poco a poco esa rabia se convirtió en posibilidades: ¿qué era todo lo que podía valorar mientras esperaba? ¿Cómo hacerlo?
Empecé a decidir, dejé de estar parada y una fuerza desde el corazón empezó a empujar acciones:
Pensé en todos los contactos que iba a tener con mi familia, en esa semana. Y eso ya empezaba a darme otra emoción mucho más positiva.
Comencé a pensar en cómo iba a disfrutar de todos aún sin tocarlos, cómo valoraría la relación más allá del contacto físico. Un reto que me apetecía hacer para superarme.
Empecé a pensar ¿qué necesitaba que se diera en esos contactos virtuales que se pudiese comparar con tocarnos, abrazarnos? ¿Cómo abrazarnos y sentirnos cerca a través de la cámara?
Rescaté los recuerdos de los millones de momentos de diversión que tuvimos con mi hermana y mi primera sobrina cuando nos conectábamos por Skype (bueno ahora con cambio de tecnología como apuntó mi hermana … tenemos ZOOM jajajaja). Esta pandemia nos estaba dando la oportunidad de vivirlos nuevamente.
Decidí que iba a compartir esta tristeza con los míos. Me haría vulnerable. Les conté que ese día había tenido un bajón. Maravilloso momento para dejarme mimar y cuidar por todos ellos, que salieron al rescate dándome muchas más ventajas de que el viaje se postergara para más adelante de las que yo misma podía ver.
Buscamos posibilidades con mi marido para el cambio del billete retomando la serenidad pero desde la acción. Y lo más bonito, se abrieron nuevos momentos que podríamos compartir con la familia como las navidades o mi cumpleaños ... confieso que todavía no sabemos qué será o si será otro momento diferente pero eso me tiene en el ansia de la sorpresa y esperando con mucha más paz.
Como siempre con esta historia personal te invito a reflexionar sobre tu tristeza, y averiguar lo que te trae de aprendizaje:
¿Qué emociones sientes con la pandemia? ¿Ha aparecido la tristeza estos días? ¿Estás seguro/a que es tristeza y que no disfraza otra emoción?
¿Qué pensamientos te trae la tristeza o cuáles te han llevado a sentirte triste? Muchas veces nuestra conversación interna (lo que nos decimos) es la que nos permite tirar del hilo para comprendernos mejor.
Preguntarte más de una vez ¿de dónde viene esta tristeza?, ¿qué pérdida me está mostrando? ¿Hay algún duelo que tenga que hacer? ¿Qué siento verdaderamente?. Nuestro cuerpo habla y seguro nos da pistas acerca de qué tipo de emoción está viniendo.
Cuando identifiques tu emoción, y sea la tristeza, pregúntate ¿para qué me detiene? ¿Qué quiere que vea o de qué debo darme cuenta?
Dale la bienvenida y déjala reposar en ti unos instantes. Déjala habitar en tu cuerpo, no quieras resolverla rápido, aun cuando te genere incomodidad. En mi caso fueron horas de esperar para entender. Sin embargo ese reposo con calma, escucha de mí misma, aceptación de lo que estaba sintiendo, y darle la bienvenida, me dieron la posibilidad de entender que era rabia y no tristeza. ¡Qué había soltado el control hacía días y no me había percatado! Estaba ejerciendo la aceptación de manera inconsciente.
Espero que sueltes tú también tus tristezas, que aprendas de ella y sobre todo que pase a ser una emoción que te permitas expresar porque hay un mundo de paz inmensa cuando descubres lo que te trae.
Un abrazo lleno de la energía, esa que la rabia nos da para avanzar y repensar nuestras alas (recursos) aunque a veces se disfrace de tristeza para que hagamos caso.
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